El trabajo del psicoanalista. Fernando Azcárate

Para hablar del trabajo del psicoanalista, comenzaré introduciendo que hace poco tiempo, en las  Jornadas de Carteles de la Escuela de la Letra psicoanalítica, Irvinn Cano habló de su trabajo en  la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla de México. Su ponencia me dejó pensando en el  plus-de-gozar del que habla Jacques Lacan y en el estatuto de trabajo que se hace en la clínica  cuando estamos en la posición de analistas. Comencemos con esto. ¿Qué es el plus-de-gozar del  que habla Lacan? Lo menciona varias veces en el curso de su seminario De un Otro al otro, pero  la ocasión más fresca que tengo ahora es la de la sesión del 15 de enero de 1969, en donde habla  de cómo desde el inicio del seminario ha venido hablando de este plus-de-gozar. El goce no es el  plus-de-gozar, dice en esa sesión, se distinguen por una sencilla razón, que es que el plus-de gozar adviene de la pérdida del goce. El plus-de-gozar es una búsqueda, insistente y repetitiva,  del goce perdido. En esta sesión de seminario, Lacan habla de la dialéctica del amo y del esclavo  de Friedrich Hegel, porque del hecho de que un sujeto, que es lo que representa un significante  para otro significante, podría parecer que se produce en el orden de la autoconsciencia. No es así,  en tanto que un significante que da paso a otro significante no deja lugar a la identidad, sino a la  diferencia; con lo que sea instaura una pérdida, de un significante a otro, que es del orden del  plus-de-gozar. De la dialéctica hegeliana, Lacan habla de ella para darle una vuelta y no regresar  a la autoconsciencia. Con Hegel, en la dialéctica del amo y del esclavo, es claro que quien se  queda al final con el goce es el amo; no así con Lacan, con quien el amo, al quedarse con el puro  prestigio, renuncia al goce, le deja el goce al Otro. Y es así que en esta ocasión, siendo el Otro el  esclavo, es este quien, al salvar el cuerpo de la lucha a muerte, se queda con el goce. ¿Pero qué  significa quedarse con el goce? Este siempre está perdido, con lo que las prácticas del goce sólo  tiene que ver con la recuperación de éste. La recuperación del goce perdido, he aquí el plus-de gozar. La liberación de los esclavos en los diferentes momentos históricos y lugares, la  institución del trabajo libre, como lo denuncia Karl Marx, sólo ha encadenado a los trabajadores  al plus-de-gozar, al medio de producción y al contrato; que por enmarcar la escena de la  producción opera como cuadro fantasmático masoquista. Pero entonces se abre aquí una 

pregunta: ¿Qué es el trabajo? Es una pregunta que atraviesa de cabo a rabo los escritos de Marx,  indudablemente, pero que Lacan resuelve de un modo importante. El trabajo es la renuncia al  goce, dice Lacan desde la segunda sesión de su seminario, la sesión del 20 de noviembre del 68;  cosa que nos devuelve a la pregunta por el trabajo del analista. Y aunque ya desde la semana  anterior, el 13 de noviembre de 68, nos habla de que el plus-de-gozar tiene que ver con la  plusvalía marxista -y su diferencia entre el valor de cambio y el valor de uso-, el 15 de enero del  69 nos habla de su parentesco con el Más allá del principio del placer de Sigmund Freud; de  donde sabemos ya, que lo que está en juego es del orden de la compulsión de repetición, para  volver a traer de vuelta el goce que se perdió, otra vez. 

No se me ha olvidado la viñeta tan importante que nuestro compañero Irvinn nos mostró,  sólo voy poniendo las bases, aquí, que dan las posibilidades de escucharla. Y mientras pensaba  en escribir esto, no dejaba de venir a mi mente otra viñeta muy importante. Varias veces, a lo  largo de su enseñanza, Lacan nos habla de la gaya ciencia que es el psicoanálisis. Que sí hay  referencias de Lacan al libro de Friedrich Nietzsche del mismo nombre, sólo con la aparición de  esos significantes, gaya ciencia, hemos de contentarnos; porque no hay una sola cita directa a ese  libro del filósofo en la enseñanza de Lacan. Lo que no quita que Nietzsche hable, en su libro, de  Homero. El autor histórico de La Ilíada y La Odisea, un día, se enfrentó a un problema, a un  enigma. En el parágrafo 302 del libro cuarto de La gaya scienza, Nietzsche comienza hablando  del peligro del extremadamente feliz. “Tener sentidos delicados”, dice Nietzsche, “disfrutar de  un alma fuerte, temeraria”, “afrontar la situación más extrema como si fuera una fiesta”. Y  agrega: 

“…henchido de deseo ante la posibilidad de alcanzar mundos y mares; hombres y dioses no  descubiertos; escuchar atentamente toda esa música jovial, como si fuera un signo de que  hombres valientes, soldados y marineros valientes buscan allí un breve descanso y placer… -y,  en fin, después de todo esto, en el más profundo goce del instante, ser superado por las lágrimas  y la plena melancolía purpúrea del que es feliz… …¡Esta era la alegría de Homero! Es decir, la  situación de quien inventó para los griegos sus dioses -¡no, mejor: la de quien inventó para sí 

mismos sus dioses! Ahora bien, no deberíamos ocultarnos esto: ¡con esta alegría homérica en el  alma uno también se convierte en la criatura que más sufre bajo el sol! ¡Y sólo a este precio se  compra la concha más valiosa que hasta ahora las olas de la existencia han arrojado a la orilla!  Quien posee todo esto, se vuelve cada vez más sutil en el dolor y, al final, demasiado sutil: bastó  al final un pequeño descontento y un disgusto para que Homero perdiera el gusto por la vida.  ¡Fue incapaz de adivinar un tonto e insignificante enigma propuesto por unos jóvenes  pescadores! ¡En efecto, los pequeños enigmas son el peligro de los más felices!” 

¿Qué enigma es ese que denuncia Nietzsche que hizo que Homero perdiera el gusto por la  vida? Mientras respondo, no podemos dejar pasar, por ejemplo, la concha más preciada de la  existencia que detentaba Homero, y que a su cambio se hizo tan delicado. Ese intercambio  insiste, porque aunque Nietzsche no lo diga, ese enigma está hecho del intercambio que sostiene  al plus-de-gozar. Homero le dio, a sí mismo y a los griegos, el Olimpo de los dioses. El filósofo  alemán toma la anécdota de Homero de una versión de Heródoto, en donde son jóvenes  pescadores los que plantean el enigma al escritor. En esta versión, lo que los pescadores han  atrapado es lo que van perdiendo; mientras que lo que no han visto o captado es lo que llevan  consigo. Existe otra versión de esta historia, en donde se trata de piojos en la cabeza y no de  peces, pero esta vez atribuida a Heráclito, que en el críptico fragmento 56, dice: 

Se dejan engañar [dice] los hombres en relación con el conocimiento de las cosas manifiestas,  de manera parecida a Homero, que entre los griegos fue el más sabio de todos. A aquél, pues,  unos niños que mataban sus piojos le engañaron al decirle: a cuantos vimos y tomamos, a éstos  los dejamos; en cambio, a cuantos ni vimos ni tomamos, a éstos los llevamos”. 

Tanto para los piojos, como para los peces, la lógica es la misma, lo que tenemos es lo que  hemos perdido -el goce que tuvimos-, y lo que nos queda es lo que nos falta -no sin dejar de  traerlo en la cabeza. Esta es una primera aproximación, porque también podemos decir más,  siguiendo a Heráclito en su crítica al conocimiento y tomando en cuenta que habla de “gnosis”,  que es lo que dejó escrito y que refiere al saber. Podemos decir: Lo que sabemos es lo que, en 

tanto lo tenemos, lo hemos perdido y lo que no sabemos es lo que nos falta. Quién sabe, es una  lectura mía de este enigma que quitó a Homero el gusto, -¿el placer, el goce?-, por la vida. La  renuncia a los placeres es la marca de la ética moderna, plantea Lacan el 15 de enero del 69;  como lo atestigua, por ejemplo Immanuel Kant en su Crítica de la razón práctica, pero, ¿la  pérdida de goce tiene que ver con esto? ¿Podemos saberlo? Hay saber, eso sí, y el saber adviene  de la pérdida de goce, dice Lacan en la clase del 20 de noviembre de 1968. El saber cuesta a  veces, y tan cuesta que ya tiene precio; y esto es patente en los salarios pagados cada vez más  alto, mientras mayor es el nivel académico. Y en tanto cuesta, el saber, a veces es trabajo. Es que  el trabajo viene de la misma fuente que el saber, que es la de la renuncia al goce. Pero primero, la  renuncia a los placeres, de la ética moderna, es la misma que la renuncia al goce. Y la cita de  Kant no nos dejará en la estacada mostrándonos lo que extrae Lacan de ahí, entre el wohl y el  gutten. La mención del wohl nos recuerda la búsqueda incesante, insistente y repetitiva de  nuestro bienestar, a diferencia del gutten, que es un bien que, por trascendental, carece de objeto  de placer, de satisfacción. Me atrevo a ensayar al wohl, al bienestar, en el lugar del plus-de-gozar,  de manera que mientras se persigue ese goce perdido, la insistencia significante nos lleva a la  repetición, nos lleva a la repetición. Al no haber objeto de satisfacción, gutten, el objeto adviene  objeto a voz del imperativo categórico kantiano; imperativo que, al presentarse en una voz, pide  de nuestro acto que se pueda universalizar. 

He delineado varios puntos del plus-de-gozar como lo plantea Lacan en el seminario De un  Otro al otro, así que ahora puedo preguntar: ¿Cuál es la viñeta de nuestro amigo Irvinn Cano? Él  trabaja -si se puede decir que ha perdido el goce que lo lleva a buscar el plus-de-gozar-, en el  servicio de psicología de la BUAP, en donde atiende clínicamente a la población estudiantil que  así lo requiera. Es así, que un día llegó a tratamiento una estudiante que pasaba por un episodio  de psicosis. Las autoridades de la universidad le preguntaron qué hacía con ella, a lo que él  respondió: “Nada, sólo la acompaño”. ¿Pero es que no aplica alguna técnica psicológica que  ayude a la estudiante? No, ninguna, él sólo la escucha y la acompaña. Entonces la pregunta no se  hace esperar: ¿Es que están trabajando en el servicio de psicología de dicha universidad? Cuando  surgió esa pregunta en el curso de la exposición de mi compañero, no pude más que  sorprenderme y darme cuenta de la dificultad del lugar del analista. ¿Por qué? Es en el curso del  seminario  El reverso del psicoanálisis, que no se llama así, pero bueno, en donde Lacan fragua el  discurso del analista poniendo a este, al analista, en el lugar de semblante de objeto a. Ya a lo  largo de la enseñanza de ese seminario el psiquiatra francés se refiere al objeto a como plus-de

gozar. ¿El analista está en el lugar del plus-de-gozar? Es que al hacer semblante de objeto a no es  el plus-de-gozar, sino que ocupa el lugar de causa de deseo. En el análisis no es el analista quien  goza, sino aquel que, en tanto detenta el plus-de-gozar, el agalma del que habla Alcibíades,  plantea la cita y el enigma como posibilidad a las asociaciones del analizante, al discurso que  efectúa al sujeto. ¿Será este enigma el que hizo perder a Homero la felicidad? Puede ser que en  el fragmento de Heráclito, en donde se pone en duda el conocimiento, lo que se hace es justo del  orden de agujerear el saber; porque, recordemos, que Homero tiene “la concha más valiosa de la  existencia” según Nietzsche. “Concha más valiosa de la existencia”, que se pierde en el enigma.  Es así que el que trabaja en análisis es el analizante, no el analista; el que persigue al plus-de gozar es el analizante, no el analista; el que persigue el bienestar del wohl, creyendo en el goce  perdido del bien es el analizante, no el analista. Y el que produce el saber del análisis es el  analizante; el analista sólo se contenta con el lugar de los piojos en el enigma de Heráclito, los  que tenemos son los que traemos en la cabeza.